Texto publicado en la Revista Lacaniana de Psicoanálisis Nº 25; "La palabra que hiere".
Retomando algunas ideas de J. Lacan planteadas en “Conferencias en las universidades norteamericanas” (…)[1] podríamos plantear las siguientes preguntas: ¿cuál sería el motivo por el que alguien se dirige a un psicoanalista? ¿Qué es lo que lo moviliza? ¿Para ser aliviado del sufrimiento? ¿Del síntoma? ¿Y por qué sería posible ese alivio solo por hablar?
Lacan entiende que síntoma e intervención analítica son del mismo orden, se refiere a que ambas tienen un ordenamiento en el cual convergen y a la vez estarían regulados por los mismos principios. En este sentido, la intervención analítica sostenida desde la transferencia, implicaría ya un ordenamiento que sigue la misma lógica del síntoma.
Por otra parte, aclara que el psicoanalista no pasa por encima del síntoma del analizante; es decir no pasa sobrevolándolo, rozándolo suavemente, al menos pareciera que Lacan supone que tendría que hacer algo más…
Y al decir que la intervención analítica y el síntoma tienen el mismo orden, nos transmite que una vez que está operando la transferencia, ya no hay vuelta atrás, estamos jugando la partida desde adentro. Y al ser el analista un partenaire diferente a aquel del cual el sujeto se queja, deberá desde allí intervenir de otra manera.
El problema es que el síntoma resiste…y entre otras cosas resiste a la intervención analítica. En la clínica se constata que no se desplaza tan fácilmente, al contrario, insiste como algo escrito en el cuerpo.
Siguiendo a Lacan en esta conferencia, se podría decir que es el cuerpo, sede del síntoma, el que resiste por estar sujeto a las palabras, a los significantes. Y frente a eso hay dos cuestiones a tener en cuenta en la intervención analítica bajo transferencia: lo que se dice y lo que suena en el decir. Ambas, solo podrían funcionar si se unen simultáneamente el sonido y el sentido haciendo resonancia en el cuerpo, lugar donde anida el síntoma. Es allí que se ubica el destino final de la intervención bajo transferencia. Se trata de servirse de los significantes que trae el analizante, para equivocarlos al operar desde la lógica significante según el juego de palabras. El analista extrae un S1 esencial, lo aísla para vaciarlo de su uso común, como sucede con el chiste, que se cimenta en un equívoco, por una economía. Efectivamente el chiste trata de servirse de una palabra para usarla de un modo diferente al que comúnmente se hace de ella, por donde opera su efecto, según lo señala Lacan en el Seminario 24.[2]
Efectivamente, si alguien se dirige a un psicoanalista es porque algo del síntoma se ha desajustado, por lo cual se presenta a la consulta como sufriente, en acting.
El analista como nuevo partenaire, como semblante de objeto a, deberá operar para aliviar el sufrimiento por el cual a él se dirigen.
No basta con hablar en un análisis, no basta otorgar sentido, más vale reducirlo, vaciarlo, a su mínima expresión: hay algo que no anda, nos dice Lacan en La Tercera[3]; y hay algo más que se podría conmover si tiene efecto a nivel del cuerpo. Constituido en su unidad, a partir de lo imaginario, condensador de libido, es una vía posible de acceso a lo real.
Con lo cual, el analista no queda por fuera, sino implicado como cuerpo en tanto que deseo.
[1] J. Lacan: “ Conferencias norteamericanas”, en Lacaniana 21, EOL, Grama, Bs. As., 2016.
[2] Lacan, J. “Seminario 24, “L´insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre”, clase del 19 de abril de 1977, inédito.
[3] Lacan, J. “La Tercera”, en Lacaniana 18, EOL, Grama, Bs. As., 2015.