Publicado en Revista Virtualia N°36
Hamm: La naturaleza nos ha olvidado.
Clov: La naturaleza ya no existe.
Samuel Beckett(1)
En su seminario De un Otro al otro, Lacan describe a la época como “dominada por el genio de Beckett”(2), haciendo referencia específicamente a uno de los pocos objetos que aparecen en esa especie de bunker donde se encuentran encerrados, los personajes de la obra. Final de partida, la obra en cuestión, es una de las más importantes de este dramaturgo y escritor irlandés, quien fuera también secretario de James Joyce.
El objeto destacado por Lacan, es nada menos que el cubo de basura, en la obra son dos y en ellos se encuentran los padres de Hamm, quien postrado en una silla de ruedas, es asistido por Clov su sirviente. Ambos padres se asoman de sus cubos para solicitar comida, hablar de los tiempos del amor pasado y volver a dormir.
Final de partida se sitúa en el tiempo, donde el destino del hombre se ha jugado en una sola carta y se ha perdido, el panorama es desolador, desde la ventana nada que se sepa vivo se vislumbra y sin embargo queda la posibilidad de salir de ese encierro para lo cual es necesario atravesar esa puerta. Apuesta ante la cual Clov avanza y retrocede innumerables veces para salir, no solo del encierro, sino de la hostilidad brutal de su amo. El paso del tiempo deja ver cada día el deterioro de los cuerpos arrojados a un mero transcurrir.
Interminables son las interpretaciones de esta obra, y a pesar del pedido de Beckett, de “no buscar explicaciones”, esa es la tendencia. A diferencia de esa tendencia, Lacan subraya ese objeto como lo que define a la época, la relevancia de este objeto donde los padres y por ende las historias de amor, han sido desechados. Lo demás es tierra arrasada, y la partida perdida deja en el encierro a los personajes en una tensión agresiva insistiendo en un relato que intentan sostener, pero que pierde sistemáticamente el sentido.
¿No es la obra una excelente editorial de nuestra época?
Es, más aún, una metáfora de la realidad del parlêtre “cada individuo es realmente un proletario, no tiene discurso alguno para hacer lazo social, o sea, semblante”(3). Beckett anuncia la segregación como correlato de los mercados comunes que diez años más tarde de su obra presagia Lacan en “La proposición del 9 de octubre al analista de la escuela”(4).
Dejarnos enseñar por el artista que siempre nos lleva la delantera, nos permite ubicar las coordenadas de una época donde el relato ha caído y los síntomas toman la forma de actos sin medida.
Parafraseando al poeta: “la verdadera soledad está en la puerta”(5), es decir en ese punto en el que la apuesta a seguir la partida no se realiza, donde el sentimiento de vida, se pierde y por ende el cuerpo mismo cae como deshecho. Los padecimientos actuales evidencian esta dimensión que hay que saber leer bien, ya que son del orden del acto, donde la envoltura formal, teorías e interrogaciones del sujeto, brillan por su ausencia. Esta dimensión donde el desamparo estructural que nos habita se muestra a cielo abierto de manera descarnada, como en los personajes de Beckett.
Cortes, consumos desmedidos, delgadeces extremas, violencias; padecimientos, que van desde el “no poder parar” a diversos modos de aislamiento, son alguna de las formas que llaman a la intervención, muchas veces, con carácter de urgencia.
Lejos del panorama apocalíptico del sin salida de la obra de Beckett, el psicoanálisis propone un lazo de dos, allí donde la grieta entre la palabra y el cuerpo comporta siempre un indecible por estructura, el lazo con el analista invita a hablar. No para armar el relato perdido, ni para instaurar un orden, el orden del padre que ha caído, sino para que cada quien cobre alas para seguir la partida. Esto será posible a condición de que sea el analista mismo quien haya constatado en su propio análisis el imposible “sin el cual no podríamos estar juntos”(6). Es decir que haya consentido a esa una equivocación, a ese desencuentro estructural a partir del cual cada quien ha inventado, una respuesta primaria, previa a los efectos del Otro y su nombre del padre. Seguimos a Éric Laurent en este punto donde distingue tres momentos con mucha precisión: Primero hay, dice “una emergencia de goce”(7), en el inicio solo hay un “eso se siente”(8) irreductible a la palabra que vendrá en un segundo momento, y que “no puede atrapar el tiempo primero sin equívoco”(9) ya que, “la captación del trauma estará siempre marcada por el hiato irreductible entre escritura y palabra que sostiene la existencia de los equívocos”(10). Finalmente, el tercer tiempo, el del saber, ya que “cuando uno habla con su cuerpo es importante advertir que lo hace sin saberlo”(11).
Así en la clínica, el amor aparece mostrando su costado más indecible, y se traduce también en actos que en ocasiones son desencadenantes. Una joven, entre tantas que recibimos por esta práctica, encuentra en los cortes que se realiza en piernas y brazos el único recurso frente a la “caída del amor”. La tierra arrasada no es ahora solamente el desamor, que implica esa ausencia del partenaire, sino también un relato que no puede armarse, y que se hace acto través de los cortes, único modo hasta el momento de recuperar el cuerpo que se desvanece. Es el cuerpo, la posibilidad de tener un cuerpo y soportar la otredad fundamental que es el propio cuerpo, lo que está en juego en esta partida.
El encuentro con el analista le permite, que una frase que viene del discurso social de la época: “tengo derecho a mi cuerpo”, desligada del “para todos “tome un valor singular para ella. Hacer de esa frase un recurso, es lo que posibilita ese encuentro de a dos que propone el psicoanálisis. Así los cortes se detienen y se sirve de esta frase para ir construyendo en su análisis un lugar, recuperar el sentimiento de la vida, es decir tener un cuerpo, condición primera para poder “cobrar alas”[12] y seguir la partida amorosa en un sentido más amplio. Recuperar los lazos perdidos con los amigos, la familia, el saber. Lazos que se ven seriamente deteriorados o mutan a la violencia rápidamente, como lo constatamos en muchas consultas. Poder leer allí un sínthoma, una solución, a la dificultad de tener un cuerpo, es lo que nos orienta.
Se trata entonces, en la partida del análisis, de una solución más allá de la tradición, pero capaz de hacer con su sínthoma transferencia, para lo cual será el analista quien acompañe a cada quien a abrir esa puerta dónde, al decir de Juarroz “retumban los llamados”[13].
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